La verdadera riqueza

Un monje, tras caminar durante todo el día por el bosque, había
llegado a las afueras de una pequeña ciudad justo cuando ya comenzaba a
anochecer. Como el tiempo era bueno, decidió pasar la noche bajo un árbol, a la
luz de las estrellas.

 

Cuando ya se había acomodado y se disponía a cenar algo, observó
a un campesino que se dirigía hacia él a toda prisa.

 

En cuanto el hombre llegó a su altura lo primero que hizo fue
gritarle.

 

-¡Necesito la riqueza! ¡Dámela! ¡Dámela! -le imploró en voz alta.

-¿La riqueza? ¿Qué riqueza? No te entiendo -contestó el monje
sorprendido-, tranquilízate, no sé de qué me estás hablando.

-Sí, la riqueza, la riqueza… ¡la necesito! -volvió a gritar- La
noche pasada soñé que un monje iba a llegar a la ciudad, que se
sentaría justamente bajo este árbol y que me daría una riqueza tan enorme
que me duraría para toda la vida! ¡Y la quiero, la quiero, dámela!

 

El monje dejó la cena a un lado y asintió. Buscó entre sus
bolsas y finalmente introdujo su mano en el interior de una de ellas.

 

-Sí, aquí está, creo que esto es lo que buscas. Lo encontré ayer
cuando venía hacia aquí- y tranquilamente se lo entregó al campesino.

-¡Vaya! -exclamó este- ¡Es un diamante, es un diamante! ¡Es el
diamante más grande que he visto nunca! ¡Es increíble!

 

Lo observó durante unos instantes.

 

-¿Es para mí? ¿De verdad puedo quedármelo? -dijo finalmente.

-Sí, claro -le contestó el monje-, si lo que has soñado es
cierto, significa que esa riqueza que debo darte es este diamante.

-Gracias, gracias, gracias. ¡Muchas gracias! -y se fue
corriendo.

 

El campesino llegó a su casa y, nada más entrar, cerró la puerta
con llave. Se fue a su dormitorio, sacó el diamante y lo
estuvo acariciando. Al rato se dio cuenta de lo que tenía entre las manos
y, asustado, cerró la ventana y apagó la luz.

 

Pero aquella noche apenas pudo dormir. Se mantuvo despierto con
la joya aferrada entre sus manos y con un hacha bajo la cama por si alguien
venía a quitársela.

 

Al día siguiente, cogió el diamante, lo metió en una bolsa y se
dirigió de nuevo hacia el árbol con la esperanza de que el monje aún no se
hubiera marchado.

 

Afortunadamente seguía allí, en el mismo lugar, sentado sobre su
manta.

 

-Buenos días, monje, vengo a devolverte esto, no lo quiero. En
realidad creo que no es esta la riqueza que tenías que darme, quiero que me
enseñes la otra.

-¿La otra? ¿A qué otra riqueza te refieres? -le contestó el
monje.

-A la que te ha permitido desprenderte con tanta facilidad de
este diamante.

 

 

Eloy Moreno. Adaptación cuento de A. de Mello.
Incluído en “Cuentos para
entender el mundo”

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