Indefensión aprendida

Seligman puso a dos grupos de perros en dos jaulas y los expuso a todos ellos a descargas eléctricas ocasionales. El primer grupo de perros fue colocado en unas jaulas en las que tenían la posibilidad de poner fin a la descarga eléctrica accionando una palanca, y el segundo grupo de perros tenía que soportar las descargas sin poder hacer nada para evitarlas.

Más tarde todos los perros, tanto los del primer grupo como los del segundo, fueron encerrados en una jaula donde también recibían descargas, pero la diferencia con las primeras jaulas era que para escapar solo tenían que saltar una pequeña valla. Los perros que tuvieron la posibilidad de escapar anteriormente accionando la palanca (grupo 1) saltaron sin problema la valla, percatándose de que podían escapar de esa situación como habían podido la primera vez. Pero los perros del segundo grupo, sin embargo, estaban tan sumamente atemorizados que ni siquiera se plantearon saltar la valla. Permanecieron inmóviles en un rincón de la jaula padeciendo las descargas, asumiendo que nada podían hacer por dejar de sufrir. Habían aprendido una terrible lección: la indefensión aprendida.

La indefensión aprendida se refiere entonces a la condición de un ser humano o animal que ha aprendido a comportarse pasivamente ante circunstancias dolorosas o dañinas para él, y que no responde ni hace nada a pesar de que existan oportunidades para ayudarse a sí mismo. Sería, en definitiva, la percepción de ausencia de control sobre el resultado de una situación. Es decir, la estoica creencia de que no podemos hacer nada para remediar o poner fin a una situación crítica que vivimos porque simplemente asumimos que no depende de nosotros y, consecuentemente, “hemos de aguantarnos con lo que nos echen”.

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